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Hogar


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El reino de las tinieblas se extiende sobre el terreno como un manto espeso que puede consumirlo todo. El aire es frío, atraviesa la piel y se apodera de los huesos, como un carroñero que ruñe lo que queda de la carne de sus cadáveres. Me encuentro solo, caminando sobre un sendero oscuro. En la desolación los árboles se encuentran sin follaje, solo son corteza hueca y seca que se retuercen lamentados a un cielo que no ha sido misericordioso con ellos, y sobre una tierra endurecida que lastima sus raíces hasta volverlas polvo. El sentimiento que se apodera de mi cuerpo es el de encontrarme perdido, abandonado, extraviado… Me he alejado tanto de mi hogar que ya no sé cómo regresar a este. Solo camino, me interno más en aquella oscuridad profunda en busca de un destello que me guíe en dirección a la ruta correcta. Busco con desesperación una respuesta a los miedos más profundos que atacan mis noches y las llenan de pesadillas. Sin embargo, no la encuentro, solo escucho un silencio sordo en aquel paisaje melancólico. Con cada minuto que pasa me desvanezco un poco. Ese es el mayor de mis temores, que mi esencia termine por extinguirse en el océano de la nada. Y tal vez lo haga… supongo que no estaré allí para saberlo.


¿A dónde pertenezco? Parece que ya lo he olvidado. Este mundo se ha encargado de que me extravíe con sus cegadoras luces entre la pesada noche. Mis recuerdos desaparecen y, aquellos que alguna vez tuve, esos que me conectaban con mis orígenes más remotos, ya abandonaron mi mente por completo. Para calmarme trato de convencerme de que permanecen en algún lugar de mi memoria, escondidos, esperando a ser liberados el día que abandone este precinto. A veces creo que esperan mudos a que logre escucharlos entre tanto ruido interno, pero en cuestiones de la mente nada es lo que parece. El mundo de los sueños, el de los recuerdos y el de lo real se mezclan tan seguido que es difícil distinguir lo uno de lo otro. No puedo confiar ni en mí mismo, lo cual me deja más perdido que antes. Lo único que tengo claro es que cada día estoy muriendo, de manera lenta, pero constante. Y este mundo en el que me encuentro, el que ahora me resulta familiar, pero que algún día dejará de serlo, es lo único que me mantiene despierto, es lo único que me da sentido.


¿De dónde provengo y hacia dónde me dirijo? No estoy seguro por completo, supongo que todo se reduce a un acto de fe. Fe en lo que alguna vez fue y en lo que alguna vez pudo haber sido. Fe en aquello que he creído ser, pero que nunca podré serlo. Si mi pregunta se centra en buscar un lugar de origen reconozco que en este mundo sombrío hay un lugar escondido en el pasado. Una ciudad de desconocidos que presenció mi llegada en una noche estremecida por los gritos de dolor y agonía. La Luna Llena menguó hasta quedarse sin un solo destello grisáceo, las estrellas se aferraron a la existencia y los animales silvestres miraron expectantes a la bestia que se apoderaba de sus tierras bañado en la sangre de una madre. Nunca se había presenciado un fenómeno tan tormentoso como la noche en la que llegué a este mundo. Sin embargo, esa pequeña ciudad construida sobre las montañas se quedó atrás tan rápido como había surgido. Y se oscureció como este paisaje que recorro, frío y desolado. No la conozco, no la reconozco y, por eso, no busco llegar a ella de nuevo. Sé que allí no encontraré respuestas a este gélido sentimiento.


Suspiro, el aire penetra y quema los pulmones. Los pies tiemblan, pero continúan con pasos cortos el impasible camino. Las sombras danzan junto a los árboles deprimidos, algunas observan al visitante y se ríen de sus vanas penas, otras lloran lastimeras hacia el ser que se convierte en un recuerdo. Otras sombras, las más fatuas de todas, continúan presumidas sin enterarse de quién está pasando a su lado. Ni les interesa, ni les importa, ellas también terminarán extinguiéndose. Entre el cielo aparece una figura que se alza por encima de todas. No provoca ningún terror, no al caminante que pasa por el sendero… o al menos no solía hacerlo en el pasado, cada vez más lejano. Es un amigo, un familiar, un compañero. Le gusta creer que siempre ha estado allí con él, pero no tiene pruebas tangibles de ello. Por eso es un acto de fe. La figura no tiene rostro, nunca lo tuvo ante los ojos de aquel niño que fue encerrado en las frígidas alcobas del palacio, pero sabe que, si lo tuviera, estaría sonriendo. De una boca cerrada e inexistente se emiten más que sonidos sordos y vacíos. Él habla, dice que puede estar tranquilo, él lo siente como parte de su hogar. No obstante, el tiempo también se ha encargado de desvanecerlo. Tan rápido como ha regresado del pasado vuelve a esfumarse en los gélidos campos del olvido. El viandante trata con todos sus esfuerzos de guardar su recuerdo porque no quiere perderlo, porque al menos en el pasado se siente tranquilo.


Creo estar caminando hacia mi hogar. Ese de cálidas brasas que inundan de seguridad las alcobas de la vida. Ese de olores maderosos con matices de eucalipto y pino. Un sitio donde las risas rompen el silencio crudo, donde el océano se convierte en lago y el amor remplaza a la tristeza. Lo veo en la lejanía, se encuentra tan apartado del mundo de las luces que me hace sentir intranquilo. Allí habitan mis ancestros, aquellos que he conocido y aquellos que se han marchado. Mis raíces me unen a ese lugar de una forma en el que ningún otro podrá hacerlo, pero el sentimiento de pertenencia no es suficiente para que permanezca. La travesía que recorro me lleva más allá de los horizontes seguros. Entonces, llego a sentirme atrapado donde la calidez inunda las alcobas y donde el silencio se pierde en los cantos de los niños. En el hogar encuentro la seguridad del mismo modo que encuentro la muerte. La compañía se une al aislamiento. Este lugar ofrece una felicidad diferente a la que anhelo. Por eso sigo avanzado hacia tierras que estén cubiertas un tipo diferente de ruido, de agasajo y aventura. Deseo sentirme vivo antes de desvanecerme. Aunque los recuerdos se esfumen, aunque la vida se deslice entre mis dedos, aunque el eterno líquido oscuro y silencioso atrape mi esencia para apoderarse de ella. Quiero explorar mundos en los que pueda morir sin sentir que estoy muriendo. No tiene sentido buscar un lugar físico, porque termina siendo solo eso. El fuego que requiero para sentirme seguro de nuevo se encuentra en lo que me motiva a ir más allá, es el que ilumina los negros paisajes y el que disipa todos mis miedos. Comprendo que no deseo desvanecerme atado a la inmutabilidad y el conservatismo. Anhelo transformarme hasta que mis cenizas se unan a la tierra y mi espíritu a las luces del cielo. Por eso me alejo del hollín, de las brasas y de la seguridad.


That is the reason I am far from home…

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