CAMINOS
- Aléxandros Wolf

- 30 mar 2022
- 2 Min. de lectura
Los caminos que recorro son extraños, no tienen ni principio ni final. Me pierdo cuando se dividen, cuando dan giros inesperados, cuando me llevan al mismo punto o terminan abruptamente en un precipicio. No hay un mapa claro, solo indicios. Y es que a veces me siento cansado de recorrerlos, a veces pienso que tomé el equivocado y en ocasiones creo que no hay marcha atrás. Si tan solo pudiera saber a dónde me llevan o si tuviera la certeza de cuál será el sitio al que quisiera llegar.
Y es que la vida es un camino, pero no es un camino cualquiera. La vida es un rizoma, cientos de caminos que se conectan y desconectan, que se desafían el uno al otro, que te regresan a lo que pareciera ser el mismo sitio, pero que es diferente en todo sentido. Es abrumante o maravilloso, o ambas juntas, porque los destinos no son puntos finales, sino conexiones a nuevas oportunidades. ¿Quién sabe que pueda suceder? Creo que esa es la esencia de estar vivo. Tomo una decisión, afronto las consecuencias y decido si sigo adelante, si doy un paso atrás o si giro esta vez a la izquierda o a la derecha.
Me pierdo, sí, pero a veces cuando me pierdo descubro la mejor manera de encontrarme. Porque cuando siento que las oportunidades parecen cerrarse, cuando siento que estoy en un lugar equivocado o he caído en una rutina que me obliga a hacer algo que no quiero, hallo una oportunidad de replantearme a mí mismo. Me deconstruyo o, mejor dicho, deconstruyo esa idea que tenía de mí mismo. Y es que le he dado demasiado peso al camino que estoy recorriendo, he olvidado que es transitorio, he olvidado que puedo ir hacia arriba o abajo, hacia un lado o al otro. Y me transformo, y descubro qué era lo que se había perdido, descubro cuál era el equipaje que aún atrapaba mis alas, mis pies, mis aletas, mi alma...
Y vuelo, camino, corro, nado, levito…, porque los caminos normales son para caminarse, pero los rizomas son para navegarse entre mar, tierra, cielo y espíritu.








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