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El amor como posición creativa

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No podría hacer esta reflexión si no abordara cada punto expuesto en El Banquete de Platón. Los elogios tienen una perspectiva específica, por lo tanto, se hace mucho más rico abordar parte por parte. Quiero empezar con Fedro, para quien el amor es el más antiguo de los dioses. Pienso en mi juventud, cuando enamorarse era la entrega completa. No había escudos ni palabras cortantes, era la virtud hecha sacrificio.


Yo te amé, y bien lo sabes. Una parte de mí habría argumentado que no estaba listo para manejar ese sentimiento. En lo personal, creo que nunca lo estamos, hasta que caemos de la nube y nos golpeamos con el suelo. Solo quien ama sabe lo que es perderse en el primer amor. Fue en ti, precisamente, en quien encontré aquella sensación jamás sentida. Ocultaba mis lágrimas cada vez que no aparecías en el aula, y tuve que llenarme de valentía para aceptar que en algún momento no regresarías para sentarte a mi lado. Nuestro tiempo era prestado; además, como casi todo lo que hace parte de mi dimensión amorosa, era igual de efímero que una flor en un jarrón.


Te solté, aunque una parte de mí te seguirá llamando en las noches. El amor no desaparece, solo se transforma. El tiempo es quien nos ayuda a que pese menos, porque aprendemos a cargar con aquello que no podemos quitarnos de encima. Al final, tú me enseñaste a amar, tanto que me quemaba por dentro. No me importaba si solo escuchaba tus respiros junto a mí, o si te aprovechabas de mis cuidados. Yo tenía la misma entrega descrita en El Banquete, la del amante hacia su amado.


¿Alguna vez me amaste a cambio? Tal vez no, pero con una película del Ladrón de Orquídeas ya discutimos que no somos a quienes amamos, sino el amor que les entregamos a ellos. Eso es lo más importante al final del día. Tú me enseñaste que no puedo buscar morirme por amor. Así que, desde Fedro, entendiendo el amor como postura creativa, afirmo que no moriré por la escritura. Gracias a ti dejé de creer en la tortura como el medio más correcto para luchar por aquello que se ama. O bueno, al menos tú me iniciaste por ese camino. Deseo acariciarte, te me escapas, es un juego para ti. Eso es la escritura, la creación, a veces clara, otras no tanto. Por eso entiendo que crear no es poseer, es dejar libre, aunque duela, aunque deba aceptar no volver a verte. Eso es lo que Fedro aún necesita aprender para su elogio: el verdadero sacrificio es liberar al amado, a veces sabiendo que partirá para siempre. 


Sigue Pausanias, el de Afrodita Pandemos. Pero ¿cómo no desear lo inmediato? De todos modos, no todo aquello que se esconde de los demás es un diamante, y no todo lo que se comparte es un trapo sucio y olvidado (algo indigno que no debe ser experimentado jamás en la vida). Pandemos es solo otra cara de Afrodita, para mí la misma cosa, dependiendo del lado por el que desea abordarse.


Puedo decir que este lado de la diosa me ha enseñado a sentir con la carne lo efímero del tiempo. Me he acostado sobre corazones tibios, escuchando sus latidos. He compartido del simposio del sexo, con muchos, con unos cuantos, de distintas formas y en diversas ocasiones. No me arrepiento de eso, la carne es algo que debe aprender a recorrerse. Lo inmediato es otra manera de pintar con la lengua y los fluidos. En cuanto a Urania, la más bella y virtuosa, es el lado al que guardamos en las oraciones no escritas, lo más inasible para el ser humano. En mis escritos es lo secreto, lo no dicho, lo que habita en ese estado premeditado y soñado. Si logro encontrarte, te desvaneces. Apartarte del lugar oculto en el que resides es mancillar tu originalidad. Urania es la parte de la creación que se desliza de las manos y cae en el barro. La única manera de trabajar con ella es aceptar la ayuda de Pandemos, porque para crear se necesita de arcilla, no solo de conceptos. Podrá ser efímero, pero es necesario. El balance entre ambas, desde una posición creativa, es darle existencia a lo eterno y, en consecuencia, otorgarle inmortalidad a lo momentáneo. 


En tercer lugar tenemos a Erixímaco, un hombre de ciencia y de medicina. Nos enseña que el amor no está solo en los seres humanos, se halla en los cuerpos, en la música, en la medicina y en la naturaleza. En un sentido creativo, las palabras son esa materia que tomo prestada, por medio de ellas ingresa el amor como el alma que las hace moverse, tener vida.


Entramos a las descripciones de la Templanza, los opuestos entre lo creado y lo que espera a ser manifestado. Así que me atrevo a contradecir a Aristófanes, porque si bien en los demás encontramos ausencias, creo firmemente que nosotros ya somos la mezcla de dos fuerzas que nos han creado. Somos afortunados los que fuimos creados desde el amor incondicional, porque siempre nos habitará. Por eso debemos crear desde el amor incondicional, para que nuestras obras reflejen aquella fuerza que les imbuye vida y belleza. En mi caso, a pesar de que no tengo un padre bastante presente, aquella parte de él que amó a mi mamá durante mi concepción, junto a esa parte de ella que lo amo de regreso, seguirá siempre en mí. Es algo que nadie podrá quitarme, porque estoy hecho de eso. Espero que más adelante puedan pensar en mis obras de esa manera, que a pesar de que más adelante sean abandonadas, incluso por mí, nada pueda quitarles la fuerza inicial que les di.


Podemos continuar con Agatón, para quien el amor es bello, y lo bello engendra la bondad que hace funcionar al mundo. Agatón, cómo se notaba que estabas tan enamorado como Fedro. Tomar la postura de ustedes significa entregarse por completo al amado, convertirse en ese ser que anhela lo que no posee, o que pretende reproducir indefinidamente lo que ya tiene, sin importar las consecuencias para el amante. No niego que en mis escritos busco esta permanencia, de hecho, arriba argumento por qué es importante imbuir de amor el objeto amado. Sin embargo, mi creación contiene amor porque yo mismo puedo generarlo, no porque esté condenado a representar lo inexistente. En eso, me divido de sus elogios.


Por último, Sócrates, quien ha citado a una de las mujeres más sabias. ¿Debería, entonces, decir Diotima, aquella que posee la última palabra? Comencemos por «demonio», y permítanme el descaro de apropiarme de esta palabra en nuestra lengua, pues no acepto la satanización de las cosas. ¿Cuántos demonios no fueron olvidados, aunque fueron más cercanos a los humanos que otros fenómenos? Por mi parte, les dejo a los religiosos que se escandalicen por su uso en este texto.


En mi opinión, un demonio es más digno de amor que un dios. Su rol de intermediario y su capacidad de habitarnos es lo que más nos conecta con lo divino. Si ustedes no me creen, pregúntenle a un católico a cuántos Santos les reza por semana. Los Santos llegaron porque era necesario darles otro nombre a los demonios, desde el cristianismo, por supuesto.


Eros, el demonio, me seguirá guiando a través de mis narraciones, de mis trazos y de mis creaciones, ya sea hijo de Pandemos o de Urania, que al final son lo mismo; y siempre desde la posibilidad y no desde la carencia. Por último, es importante abordarlo desde el autocuidado, porque darlo todo es arriesgarse a perderlo todo, en especial si es por un capricho efímero; mientras que dar amor es infinito, porque una pequeña parte se queda con nosotros y se reproduce de nuevo.


Esta es mi posición desde el Amor.


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